lunes, 28 de febrero de 2011

EL LADRÓN DE RUBIES

En el palacio de Rubilandia había un ladrón de rubíes. Nadie sabía quién era, y el ladrón los tenia a todos tan, que lo único que se sabía de él era que vivía en palacio, y que en debía tener escondidas las joyas.
El rey estaba decidido a descubrir quién era y pidió ayuda a un enano sabio, famoso por su inteligencia. Estuvo el enano algunos días por allí, mirando y escuchando, hasta que se volvió a producir un robo. A la A la mañana siguiente el sabio hizo reunir a todos los habitantes del palacio en una misma sala. Despues de  inspeccionarlos a todos durante la mañana y el almuerzo sin decir nada, el enano comenzó a preguntar a todos, uno por uno, qué sabían de las joyas robadas.
Una vez más, nadie parecía haber sido el ladrón. Pero de pronto, uno de los jardineros comenzó a toser, a retorcerse y a quejarse, y finalmente cayó al suelo.
El enano, con una sonrisa malvada, explicó entonces que la comida que acababan de tomar estaba envenenada, y que el único antídoto para ese veneno estaba escondido dentro del rubí que había desaparecido esa noche. Él mismo había cambiado los rubíes aunténticos por unos falsos pocos días antes, y esperaba que sólo el ladrón salvara su vida, si es que era tan rápido como pensaban...
Las toses y quejidos se extendieron a otras personas, y el terror se apoderó de todos los presentes. De todos, menos de uno. Un lacayo al sentir los primeros dolores salió corriendo hacia el escondite en que guardaba las joyas, de donde cogio el último rubí, lo abrió y bebió el extraño líquido que contenía en su interior, salvando su vida.
O eso creía él, porque el jardinero era uno de los ayudantes del enano, y el veneno no era más que un jarabe preparado por el pequeño investigador para provocar unos fuertes dolores durante un rato, pero nada más. Y el lacayo así descubierto fue detenido por los guardias y llevado inmediatamente ante la justicia.
El rey, agradecido, premió generosamente a su sabio consejero, y cuando le preguntó cuál era su secreto, sonrió diciendo:
- Yo sólo trato de conseguir que quien conoce la verdad, la comparta con todos nosotros.
- ¿Y quién lo sabía? si el ladrón había engañado a todos...
- No, majestad, a todos no. Cualquiera puede engañar a todo el mundo, pero nadie puede engañarse a sí mismo.

¿ALGUIEN PUEDE DECIRME LA MORALEJA DE ESTE CUENTO?

sábado, 26 de febrero de 2011

EL GRAN TESORO DEL MARAJÁ

Hace muchisimos años, cuatro bandoleros, después de una vida de aventuras sin cuento, encontraron el gran tesoro del Marajá. Había fabulosas joyas y montañas de monedas de oro. Pero uno de ellos, el más astuto, eligió un puñado de piedras preciosas y dijo que el resto podían repartírselos entre los otros tres.
Sus compinches, cegados por la codicia, sospecharon que había gato encerrado y comenzaron a discutir. Hasta que uno que se las daba de listo, recapacitó y dijo:
-¡Un momento! ¡He comprendido su truco! Que pensemos que esas pocas gemas valen más que el resto y que nos peleemos por ellas, para así quedarse él con la mayor parte del tesoro. Los otros estuvieron de acuerdo con esta suposición dijeron:
-Muy bien. Que se quede con las piedras y nosotros nos repartimos lo demás..
Y a continuación hicieron unos enormes sacos en los que metieron todo el oro y las joyas que pudieron. Por el camino se burlaban del que llevaba tan sólo las piedras preciosas en el bolsillo.
-Esta vez te ha salido mal el truco ¿eh?-decían.
El otro no contestaba. Pero cuando las tropas del Marajá, primero, y una cuadrilla de bandidos, después, les atacaron, fue el único que gracias al poco peso que llevaba, consiguió salvarse. Dos de sus compinches fueron fácilmente apresados, y el tercero se hundió con su cargamento en un pantano.

viernes, 25 de febrero de 2011

LA PRINCESITA DORMILONA

Había una vez una hermosa princesita que no podía asistir a las fiestas en su honor, pues siempre se quedaba dormida. Los sabios de la corte dijeron que sólo se curaría durmiendo en un colchón que la hiciese descansar de verdad. Y entonces el rey ofreció la mano de su hija a quien descubriese el tan deseado colchón.
Príncipes de todos los países llegaron con maravillosos colchones rellenos de plumas de mil pájaros diferentes. Pero después de probarlos la princesa seguía con sueño.
Entretanto, un joven poeta que vivía en la corte y estaba perdidamente enamorado de la princesa, llegó a la conclusión de que lo que verdaderamente le hacía falta a su amada era el dichoso colchón y no los poemas que diariamente le escribía. Mirando a sus queridas nubes, se le ocurrió que sobre ellas se dormiría la mar de bien, así que subió a la montaña más alta, recogió un poco del sedoso algodón de una nube y, formando un colchón, se fue hasta el castillo.
La princesita durmió muy bien, y al día siguiente tenía los ojos tan abiertos que vio perfectamente al poeta y se enamoró de él. Naturalmente se casaron y colorín colorado...